martes, 7 de septiembre de 2010

XIV


Es que no tengo vocación de Penélope, esperar no es lo mío, la paciencia se me fue hace rato a Nuncajamás, se repetía una y otra vez, mientras pensaba : ¡ No mas Ulises! y hacía una fila de metros para cobrar su cheque quincenal, sus uñas ya remojadas en saliva de tantas esperas llevaban un color rojo que hacían juego con su chaleco que caía por su hombro de una manara suave, casi descuidada. La miraban, a pesar de que el mar ya no se escondía tras sus ojos verdes, la miraba el jubilado de dos puestos mas atrás, el guardia del banco vestido de pulcro azul y el niño de pueriles 13 años que acompañaba a su padre, que por cierto, también la miraba. Pero para ella el mundo pasaba sin vuelta ni prisa y el enrosque de la fila le hacía gracia, miraba el suelo imaginado figuras con la cerámica, pensaba en mates fríos, camas calientes, huidas a ver el mar y a ratos sonreía haciendo que la gente esbozara el mismo gesto en sus labios. Estaba en eso cuando el bip que activaba el cajero apresuró de golpe sus sueños de mujer despierta, firmó, dio y recibió. Se acercaba al umbral de la puerta dejando una huella que olía a frutas maduras y pensaba en Penélope , en la tonta Penélope, que esperaba a Ulises que regresará a Itaca tejiendo y tejiendo. Ella no tenía vocación de Penélope, se acercó a la parada y se sentó inclaudicable ante la rutina a esperar.